A: Marco Tulio Menco Rojas
Acabo de darle la mano a un hombre maduro como una vieja ceiba.
Sus manos olían a tierra recién mojada, el sudor de su piel también olía a árbol recién podado.
Su voz sabía a tierra que me regaló como una bendición y sonaba su voz como un canto de vaquería lejano.
Cabalgando como un monje blanco con mis dolidos pies, de viajes ya pretéritos, absorbo estos extramuros, hechos de la maza despavorida que impávidos llegaron de los montes.
Barriadas hechas de casuchas sin nomenclatura, solo un aviso anunciando la venta de bolis, en una hojita de cuaderno de primaria; avisan vendiendo bollo limpio, hielo y minuto, chance y se lava ropa para mitigar el pecado de ser piedra lanzada, o colores desteñidos, por pereza desgreño y falta de figuras legibles de la estética coma señal de luz.
En cambio, arriba en el centro retahílas de avisos, de diferentes colores enceguecedores con cientos de miles jeroglíficos, vendiendo toda clase de chócoros que no caben en este salvaje capitalismo.
Del libro Diáspora de ml vida
Josse Sarabia Canto