Durante los últimos cinco años, el Fondo Adaptación se dedicó a construir la que es, sin duda, una de las obras más imponentes, del país. La conexión Yatí-Bodega en el corazón de la Mojana entre Mompox y Magangué, en la que se hicieron dos grandes puentes sobre el río Magdalena: Santa Lucía y Roncador. La inversión fue de $300 mil millones. Y aunque hoy pasan cerca de 2.400 carros por él, la estructura es una talanquera para la navegabilidad: no pueden cruzar embarcaciones grandes por debajo.
Esta obra se contrató como parte de los proyectos que se ejecutaron debido al fenómeno de la Niña 2010-2011. La idea era construir una estructura que durante los tiempos de lluvia no dejara desconectada a la región. Sin embargo, todo parece indicar que, en su momento, a nadie se le ocurrió pensar que los puentes, más allá de unir la troncal de Occidente con la Ruta del Sol, tendrían que garantizar la navegabilidad del Magdalena.
El problema es este: los convoyes –conjunto de embarcaciones cargadas, en su gran mayoría, de petróleo– no caben por debajo del puente, lo que es un absoluto calvario para los navieros. La solución es tan compleja como el problema, se requieren nuevas y millonarias inversiones que, en caso de no ejecutarse, el puente será un cuello de botella para el tránsito por el río.
¿Qué fue lo que pasó?
Se trata básicamente de una conexión vial de 12 kilómetros, en la que se construyeron dos puentes: Santa Lucía de 1 km y Roncador de 2,3 km.
El puente en Santa Lucía conecta Yatí con Isla Grande cruzando el brazo izquierdo del río, mientras que Roncador va entre Isla Grande con Bodega, cruzando el brazo principal del río, por donde navegan los grandes convoyes.
La obra avanzó durante estos años presentando un par de inconvenientes que se solucionaron en el camino, como, por ejemplo, un enorme hallazgo arqueológico que encontraron en el lugar y también se dijo, recientemente, que su estructura tenía problemas, pero el Invías aclaró que la obra estaba en buen estado. Para finales de 2019, el proyecto estaba terminado.
Sin embargo, no lo habían puesto al servicio porque faltaba un papel: el permiso de cruce aéreo que debe dar Cormagdalena y el cual fue solicitado desde el 11 de noviembre de 2015. En otras palabras, el puente no tenía la autorización para atravesar el río.
El permiso llegó como caído del cielo el 30 de marzo cuando el Gobierno, en el marco de la emergencia por el coronavirus, lo puso en operación. Es decir, la pandemia logró, en un día, sin ruido ni inauguraciones, lo que no se había conseguido en cinco años: habilitar el puente.
Escrito por maría victoria correa para El Colombiano
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