La Cuarta Via

Trump, Biden y la extraña incertidumbre

En la Cuarta Vía

No hay unanimidad sobre qué ocurrirá en la elección presidencial del 3 de noviembre en Estados Unidos. Hace cuatro años la gran mayoría de los cognoscenti, quienes siguen al dedillo las encuestas y toman la temperatura política a diario, estaban convencidos que Hillary Clinton triunfaría. La realidad fue otra, como sabemos.

Hoy en día, los pronósticos son diferentes. No hay consenso absoluto, sino que existe más cautela y visiones varias, aun cuando haya números consistentes. Hace meses, las encuestas vienen mostrando la sólida ventaja de Joe Biden, tanto a nivel nacional como en los estados claves que debería ganar para asegurarse el colegio electoral.

Al mismo tiempo, las profecías son diversas. Hay quienes aventuran que Biden puede ganar por paliza en una marea demócrata. Otros especulan que Trump podría ganar otra vez por mínima diferencia en algunos estados, tal como sucedió en el 2016.

Recordemos que su triunfo se concretó con una diferencia de poco más de 70,000 votos que permitieron que ganara tres estados decisivos (Pensilvania, Michigan y Wisconsin) en la carrera hacia la presidencia. Se adujo que tal pequeña diferencia no es fácil de captar por la mayoría de las encuestas, especialmente si hay un corrimiento de votos en las últimas semanas de la campaña.

Estas predicciones diferentes reflejan el clima de época de un país que atraviesa profundas transiciones.

En el país de la estabilidad y la predictibilidad, afloró la improvisación y la perplejidad ante el futuro en poco tiempo. Pareciera que las cosas se han salido de los carriles habituales. Para los argentinos, tal situación quizás no sea novedosa, pero es realmente inusitada en Estados Unidos, tan acostumbrado a la costumbre, tan normatizado por las normas.

Abundan preguntas sobre la transparencia de los comicios, la contabilidad de votos, la transferencia de poder, la posición de la Corte Suprema en la elección, y posibles hechos de violencia.

En su fulgurante ascenso político, Trump desafió reglas y burló todos los códigos. Puso a prueba los mecanismos de control. Rehízo el partido republicano a su propia imagen, más allá de algún que otro rebelde y descontento que continúe apoyando el conservadurismo tradicional y mirando la situación con pánico.

Ante la aclamación de sus fanáticos, Trump pulverizó las tradicionales normas políticas sobre comportamiento en público, retórica, lenguaje físico y simbología sagrada.

El trumpismo es la tromba política que pocos anticiparon y que tantos dieron por vencido en el 2016. A pesar de sus traspiés y errores no forzados nadie se anima a darlo por vencido. Socialmente, refleja un país que rara vez es debidamente reconocido por las elites políticas, económicas, sociales y culturales que han reaccionado con asombro y repulsión y al borde del ataque de nervios.

Es un culto a la personalidad novedoso en la política norteamericana contemporánea. Reúne un movimiento popular reaccionario, con inocultables ribetes de odios variopintos (desde la xenofobia hasta la misoginia), profunda desconfianza hacia el gobierno federal, los medios y la globalización, amigo de teorías conspirativas, y expresión del nacionalismo racial.

Es el barco insignia de un movimiento que seguramente perdurará más allá de las elecciones.

Este caldo de ideas confluye en la figura de un businessman, como lo llaman sus acólitos, convertido en celebridad tabloide y astuto demagogo, con un récord de fracasos comerciales, contabilidad oscura y relaciones peligrosas con autoritarios y dictadores.

En el país de las utopías eternas y el “sueño americano”, se juegan dos visiones muy diferentes sobre el futuro. Ya no hay utopía común en un país polarizado, desgarrado por conflictos perpetuos y recientes. El sueño de unos es la pesadilla de otros. Reflota el pasado trágico de violencia a manos de vigilantes ciudadanos. En un país obsesionado con su propia identidad, ya no queda claro qué significa – qué quiere decir- “ser norteamericano”.

Biden intenta congregar el voto anti-Trump, venga de donde venga, por cualquier razón posible. Intenta atraer votos de independientes, mujeres, jóvenes, republicanos moderados, y jubilados junto a sectores tradicionalmente demócratas con diversas agendas y prioridades. Apunta a conquistar a quienes están hartos de la situación bajo la pandemia, especialmente en términos económicos.

Espera que apoyen su propuesta de razonabilidad, ciencia, impuestos progresivos, recomposición de empleos, y seguro médico.

En cambio, Trump redobló la apuesta por el trumpismo, como un jugador que sigue metiendo fichas al mismo número ganador. Espera que motivar y expandir su fiel base sea suficiente para alzarse con la victoria. No intentó cambiar el curso estratégico convencido que está en la senda correcta y que no puede reinventarse.

Criticó y se burló sin piedad de quienes se cruzaron por el camino – científicos reconocidos, políticos, héroes nacionales, militares, conservadores, periodistas, colaboradores estrechos.

Para asustar a cierto electorado, insistió en calificar de “político”, senil y socialista, a un veterano “centrista” como Biden, que fuera elegido senador por primera vez en 1973.

Queda abierto qué resultará de esta frenética campaña y qué país será posible en el futuro cercano. Un país que imaginó el siglo pasado y el mundo a su medida, hoy se encuentra en una encrucijada – una elección excepcional – donde se define no solamente una presidencia sino una visión de país.

Silvio Waisbord para el clarin.com/. Ilustración: Daniel Roldán

Silvio Waisbord es Director y Profesor en la Escuela de Medios y Asuntos Públicos, en George Washington University, Washington. Su último libro es El Imperio de la Utopía: Mitos y Realidades de la Sociedad Estadounidense (Planeta/Península).

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