La Cuarta Via

¡Ya don Rafael habló!

En la Cuarta Vía

POLITICAZOS. DE Joaquín Romero Calle

Por allá, por los años 50, se publicó en Cuba, una novela, escrita por Félix B. Cagnet, que fue todo un éxito literario, que después se grabó y difundió por la incipiente radio latinoamericana y ya en el 60, por la televisión venezolana. La esencia de la trama:  una hermosa señorita, de rancio y aristocrático hogar, se deslizó sexualmente con su amado novio y quedó embarazada.

El sinvergüenza enamorado, como en los mejores tiempos de hoy, se perdió del panorama. Hogaño, a la mujer, se le humilla, se le violenta, se le desarraiga -a la campesina- se le abandona a su suerte, como guardería infantil ambulante. Estas mencionadas aquí, son circunstancias que lesionan derechos fundamentales de las mujeres y de sus hijos; lamentablemente, para la venta, lo que sirve, el tal día de la madre, es el rostro feliz, sonriente de la mujer triunfante, rodeada de hijos, que dan todo por sus progenitoras. Y nos comemos este cuento.

Pues bien, don Rafael del Junco, emblemático hombre de la sociedad cubana, lleno de dinero y de orgullo ancestral que lo ubica en escalón de superioridad; se opuso al nacimiento del bebé bastardo y ordenó matarlo. Así, crudamente. La dolida madre se negó y contando con la complicidad del homicida material y con los excelsos sentimientos de la buenaza mujer negra del acompañamiento servicial, salvó a la criatura, quien fue asumido como hijo, por la Nana, de corazón, a quien la bonita hija de la sociedad, llamaba Mamá Dolores.

La vida transcurría. Un día cualquiera, el niño, Albertico Limonta, tuvo un coincidencial trance callejero, en donde dejó de manifiesto, evidencias clásicas de una buena educación moral, lo cual llamó la atención del personaje, que se veía beneficiario directo del honrado comportamiento del infante. Se interesó por conocer del niño y fue tanta la cercanía lograda, que se enteró del gran secreto, del cual, en mínima parte, él, personaje, era poseedor. Era rico, así que, patrocinó los estudios de medicina del muchacho.

Ya en ejercicio de la profesión, en manos del galeno, cae el ignorado abuelo. Hasta con sangre propia, en transfusión, el nieto, salva a quien había sido, determinador de su muerte. La del niño. Los abuelos, agradecen al novel médico, lo hecho por el don. Del extranjero, regresa del exterior, en donde han vivido, familia de esposos, con una hija muy hermosa. Entre la joven inmigrante y el distinguido talento humano de la medicina, emerge el amor a primera vista.

Y aparece, la ponzoñosa lengua de una chismosa muy “hediondita”, montada sobre los prejuicios de nobleza, alcurnia o dinero, que trata de envenenar dicha relación amorosa, con fundamento, en el ningún linaje, ni paterno ni materno, de Albertico Limonta. El abuelo, quien debería estar agradecido con su salvador médico, de arrancada, expresa, no aprobar esos amores. De cuenta de él, no van más. Decide investigar por su cuenta y riesgo y descubre, la INMENSA VERDAD.

Trágica, aunque solo moralmente, Gran Verdad. Recuperándose del largo desmayo y del “monosilabeo”, sufrido por Del Junco, éste, le dijo a la hija “defenestrada”, quien había optado por los hábitos para Dios: “Alberto Limonta, es mi nieto, tú hijo”. La religiosa al escucharla, salió disparada al lugar residencial, en donde encontraría al hijo. Halló a Mamá Dolores. Sobrevinieron los recuerdos, arrepentimientos, los reencuentros, los perdones y la felicidad que había sido esquiva o asesinada.

En la versión de radio de la obra en prosa, el narrador, emplea una introducción a diálogo, con la siguiente manifestación: “Ya don Rafael habló”. Momento en el cual, toda la trama, se sintetiza como compendio de la historia. La culpabilidad de don Rafael del Junco, nadie pidió, que la probaran. Estaba ahí, como elemento material probatorio, de lo que fue, una determinación ilícita. Impartió la orden, con la autoridad de ese momento, de ser rico y dueño de las voluntades de sus trabajadores, aunque no fuesen esclavos: “Maten al bebé.”

Salvatore Mancuso, ¿será don Rafael Del Junco? ¿Habrá hablado ya? Creemos que sí. Para la opinión política y moral, todo está dicho. Repetidamente, ahora, con un ingrediente de autenticidad, por la voz que confiesa. Para convencernos de la realidad del ambiente de guerra que nos ha rodeado, no se necesitan pruebas contradichas ni valoradas con los elementos jurídicos de validez.

Bastan las interpretaciones subjetivas de la experiencia, que pasan a ser elementos de la sana crítica, para entender, todo el horror que se ha vivido en esta Colombia inmortal. Otra cosa es, que con la disculpa de falta de prueba que judicializa y condena, absolvamos también, social y políticamente, a todos esos actores Estatales, mezquinos y desalmados de la guerra colombiana, para quienes, el derecho de nacer y de vivir, de sus congéneres, era potestad de ellos, los guerreristas.

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